COMPARARSE CON LOS DEMÁS NOS TROPIEZA

Compararse con los demás es un mecanismo regulador que sirve para geolocalizarte como ser humano en el panorama social: lo usamos para ver qué lugar ocupamos en relación con los demás y valorar el punto de vida en el que nos encontramos, así como la relación entre esfuerzos y éxitos.

Pero compararse puede tendernos una TRAMPA , y es que, para autoevaluarnos solemos utilizar una unidad de medida basada en los ÉXITOS AJENOS contrastándolos con los que NO TENEMOS O NO HEMOS LOGRADO. Y por ahí se pueden colarse sensaciones feas de frustración por los que nos gustaría que fuera y no es, convirtiéndose en una herramienta que nos castiga más que premia, y nos desconecta de la gratitud por lo que YA SOMOS Y YA TENEMOS.

A veces se nos olvida calcular nuestro avance en relación a nuestras propias circunstancias en lugar de con el éxito de los demás. A pesar de saber que esto es la cara maquillada de la realidad, los éxitos que desfilan por las redes suelen ser el referente de donde obtenemos información del mundo y al que accedemos cuando queremos consultar en qué estado se encuentra el entorno en el momento de autoevaluarnos.

Es por eso que se vuelve indispensable establecer un criterio saludable a la hora de contrastar nuestros logros con el exterior, y para conseguirlo es prioritario mantener una mirada amorosa hacia nuestras vidas que permita una valoración justa y nutritiva de uno mismo, para hacer que la comparativa sea un mecanismo vigorizante enfocado al proceso de crecimiento personal , y no a una crítica autodestructiva.

1. La comparación con los demás que nos acelera y nos tropieza

Cuando el motor de nuestra motivación es la comparación con los demás, perdemos de vista nuestro equilibrio interno, porque en vez de encontrar la señalización del compás en nuestro interior, permitimos que lo que hay fuera sea el indicador de donde estamos y el velocímetro del ritmo al que vamos. Aquí es cuando nos aceleramos por encima de nuestra capacidad y nos desgastamos en el afán de querer alcanzar aquello que dentro nuestro hemos idealizado.

Cuando nos comparamos, permitimos que el entorno sea el Sensei que indique los objetivos que deberíamos alcanzar o lo bien que vamos en ritmo de su conquista, en vez de encontrar una motivación personal en sintonía con nuestras capacidades y sobre la que experimentar el crecimiento gradual.

Como en la superficie siempre tiende a sobresalir y destacar la información asociada al éxito ( y no a los intentos y tropiezos ), es muy probable que te enganches a la inercia de alcanzar objetivos como sistema de recompensa. El problema ocurre cuando te habitúas a contrastar tu vida con la de los demás o te vuelves adicto a la persecución de metas para revalorizarte a ti mismo.

El espíritu de autosuperación, es fantástico y ayuda muchísimo a no encasquillarse, pero CUANDO PONDEREMOS NUESTRA VALÍA EN RELACIÓN A LOS LOGROS SUPERADOS Y MÉRITOS ADQUIRIDOS, pecaremos de estar al acecho de obstáculos donde superarnos y no terminaremos nunca, estaremos siempre buscando retos que nos reafirmen. Y sin darnos cuenta acabaremos siendo tan absorbidos por la competitividad que hasta

Perseguimos el siguiente reto como quien persigue la base del arco iris: creyendo que allí y encontraremos el tesoro que veníamos buscando. Pero, al igual que el arco iris es un efecto lumínico, el siguiente reto es una proyección en la que volcamos nuestras ganas de encontrar la satisfacción plena. Y aquí reside la ensoñación, mientras estés vivo estás en un camino de evolución constante y eso implica búsqueda y encuentro cíclico, no hay una adquisición que dé una plenitud de forma permanente.

Lo que hoy te parece indispensable, puede que mañana no importe nada, y viceversa.

Mantener la atención puesta en el próximo suceso a superar nos hace perder de vista lo que ya hemos conseguido y el aprecio por los caminos andados o lo que tenemos AHORA mismo. Si mantienes la vista puesta en la cima de la montaña mientras caminas, perderás de vista donde pisas y te tropezarás. Os lo digo por experiencia.

2. La comparación con los demás que nos desmotiva y nos frena

La comparación con los demás también puede llevarnos al extremo de la desmotivación y la apatía.

Cuando ponemos el punto de vista en el exterior y la imagen que regresa de vuelta es el reflejo de personas magníficas, guapas, exitosas… lo que se nos despierta es una especie de frustración generalizada: sentimos decepción hacia nosotros mismos por no haber obtenido los mismos logros en comparación con nuestro objeto de admiración. Cuando nos vemos como parte de esa masa uniforme categorizada como «la mayoría» y no sentimos alguna clase de reconocimiento por quienes somos o por nuestras capacidades, terminamos considerando la valía de lo que somos y podemos vernos paralizados por la mediocridad.

Tal y como en el punto anterior nos presionábamos para seguir escalando hacia arriba, en este te hundes hacia abajo. Desde la posición de sentirte menos que los demás , inconscientemente te ves involucrado en situaciones que reflejan esa misma sensación de fracaso, y te sientes atraído por conductas abusivas que intentan dar un relleno provisional al agujero de insatisfacción que sientes.

Así es cómo te invade la gula por consumir cualquier cosa que te haga sentir alguna clase de recompensa: consumes en exceso comida, películas, videojuegos, drogas o sexo… consumes más para alimentar la motivación que te falta, pero nada te sacia, porque para llenar la pieza que tu interior busca, es necesario conectarse con uno mismo ,y no desconectarse. Es por eso que NINGUN PLACER HEDONISTA VA A LLENAR NUNCA UN VACÍO EXISTENCIAL, no es la pieza adecuada.

Escultura de Albert György.

Para más inri, lo que ocurre externamente es que toda tu realidad REAFIRMA cómo te sientes por dentro. Desde que tu exterior es un reflejo de tu interior hasta niveles tan intricados que estas palabras suenan demasiado manoseadas y simples como para transmitir el concepto. Inconscientemente externalizas el desprecio que sientes mediante acciones que corroboran esta sensación de minusvalía, o terminas en circunstancias que sin saber ni cómo aparecen, aumentan esa sensación de ridículo y de inaptitud.

En estos casos vale la pena iniciar un proceso de CURACIÓN y tomar la saludable decisión de aislarte temporalmente del exterior sobredosificado para cuidar de ti mismo, apartarte provisionalmente de todo el ruido social para buscar desde la paz, tu potencial, y hacerlo crecer suavemente y sin presión. La ausencia de presión es clave en los procesos de sanación, y el silencio social es vital para aprender a desarrollar los talentos propios sin

1. La competitividad al extremo

Vivimos en un mundo competitivo, de eso no hay duda. El mundillo donde yo he vivido el ansia por la competición y la superación ha estado en la esfera deportiva. Nada me ha provocado una mayor evaluación de resultados que el deporte.

Cuando estás acostumbrado a educar a tu cuerpo bajo la constancia del ejercicio te darás cuenta de que siempre podrías estar escalando: el cuerpo te sigue, se adapta, y tú incrementas el volumen de entrenamiento. Hay una superación pero también una competición dentro de ti mismo, compites por ser la mejor versión de ti. Quizás llegues a un momento en el que te sientes cómodo con el estado de tu entrenamiento y las habilidades físicas que has desarrollado.

Yo y Virginia, representando la competitividad

Pero un buen día se te ocurre hacer un chapuzón en el exterior y aparecen las carreras donde premian a personas capaces de hacer en un solo día lo que tú entrenas en dos semanas. Pues claro, en comparación, te sientes un poco traspuesto porque tu esfuerzo no ha alcanzado ese resultado a pesar del recorrido. En el momento que escogemos echar un vistazo fuera y la imagen de vuelta viene cargada de información asociada a los logros ajenos, nos pellizca el orgullo.

Y este pellizco es el que te pone manos a la obra a apretar el acelerador para ser ágil arañando mejoras. Empiezas a entrenar como un cabrón porque claro, si ellos pueden yo también.

ERROR. Si ellos pueden , ellos pueden y punto.

Lo primero que pasa es que te fuerzas a conseguir lo que otros ya han conseguido empezando desde la posición donde tú estás ahora mismo, dando el primer paso, y seguidamente es fácil que te tropieces en el frenesí de lograrlo. El reto resulta estimulante si eres capaz de ser coherente con tu ritmo de adaptación y te preparas suavemente, pero como precisamente vamos tan sobreestimulados por obtener menciones y llegar al éxito, que casi nunca seguimos unos ritmos de adaptación respetuosos y progresivos.

Y luego está el afán de perfeccionismo con el que la sociedad mide nuestros logros. Qué broncas aparecen en el momento que un resultado se desplaza unos milímetros de lo ideal. Si no es perfecto condenan a la tortura pública al pobre aprendiz, como si aquello en lo que ha trabajado fuera una abominación salida de Hades. Todo porque nos están bombardeando con que en la métrica del éxito sólo existen dos baremos de medida: si no es perfecto, es una mierda.

Y quizá el gran error sean esos juicios tan refinados y perfeccionistas.

2. La perfección como modelo a seguir

Vendida perfección. Es un ideal y una ideología a la vez. Es un ideal porque se basa en una referencia idílica pero no real, y una ideología porque tiene una jerarquía bien organizada basada en personas que venden la perfección y otras que la persiguen o consumen. Es un mercado que se retroalimenta y resulta muy lucrativo.

En este mercado de la perfección, se nos vende una versión de ser humano inmaculado y triunfante como símbolo de modernidad y sofisticación. Pero esa idea colapsa con la realidad, es una ilusión, y aquí está la trampa. Al venderte una ilusión agradable, será inevitable que te sientas atraído, y que busques formas de intentar alcanzarla. Pero todos sabemos que pasa cuando la pretensión excede la realidad, que terminamos con Ícaro…llorando y con las alas rotas.

Voy a usarme del panorama estético para dar fundamento a esta idea de perfección humana y aprovecho para empezar la relación parafraseando al sabio Wayne Dyer:

«Nos impulsan a rechazar todo rastro de animalidad al hacernos entender que nuestras características más corporales, son demasiado terrestres e imperfectas para conseguir el ansiado éxito y reconocimiento.»

Wayne Dyer ,» Tus zonas erróneas».

Miremos un poco más de cerca esta demencia estética a la que estamos sometidos:

La sociedad te incita al percibir como defectuosos tus rasgos más corporales: tu sudor, tu aliento, el pelo que te cubre…. y paralelamente te vende el remedio a este supuesto «problema» animándote a modificar y camuflar todas aquellas partes de ti que te alejen del ideal inmaculado.

-Depílate, perfúmate, rasúrate, haz de tus uñas un cuadro del Louvre, vístete impoluto, retócate la nariz, gasta en peluquería, lustra los zapatos, aunque éstos sirvan para contactar entre tú y el suelo, no te olvides de que SOBRE TODO DEBEN VERSE BIEN. APARIENCIA, APARIENCIA Y MÁS APARIENCIA- te grita. Y todo por procurar que nuestra estética se emparente con la idea de sofisticación la con la que creemos que recibiremos reconocimiento.

Fijémonos en nuestras casas, en nuestras ciudades…la infinidad de productos y servicios destinados al consumo puramente estético. Es abusivo, exagerado. Y lo curioso es que nos encanta tener los lavabos llenos de «cuidados contra la fealdad», y las empresas cosméticas y farmacéuticas lo saben y, convencidas de hacer un gran servicio a la comunidad, te venden remedios en frascos de «seguridad en ti mismo» . Qué negocio.

Perseguimos la perfección, pero esta perfección se ha colocado en un pedestal tan alto que para alcanzarla hemos acabado vendiendo nuestro cuerpo al cirujano y haciendo verdaderos rituales de magia negra llenos de dolor físico y falacias de silicona y plástico. Si no te hubieran metido con embudo ese ideal estético, probablemente no arrastrarías ninguna clase de complejo físico.

Os dejo una pequeña obra de arte que ilustra gráficamente este concepto de rasgarse el cuerpo por perseguir «un ideal»:

Es una parodia de la demencia llevada al extremo. Y quizás pero hay una línia tan fina entre lo que es querer mejorar y obsesionarse, que se traspasa fácilmente.

Está perfecto buscar tu mejor versión, siempre y cuando ésta sea UNA VERSIÓN ARMÓNICA, una versión que de ti adaptada a tu estilo de vida, a tus gustos, a tus ritmos, que goce de la máxima naturalidad posible sin una excesiva intervención del exterior.

Porque en el momento en que la palanca al cambio es un miedo, inseguridad o complejo infundado, te moverás por un estímulo erróneo, y te verás en una rueda en la que nunca encontrarás la satisfacción, ya que cuanto más elevado es el grado de exigencia, más susceptible te vuelves a la deformar el resultado. Pero todo por alcanzar esa anhelada perfección. De vuelta volvemos a ser Ícaros.

3. La comparación justa no existe

Cuando te comparas estás estableciendo un juicio en el que te mides a ti mismo de forma subjetiva a cómo te valoras. Si te fijas, en ambas partes de la balanza pesas percepciones: lo que crees de ti ( percepción ) y lo que eliges ver de fuera ( percepción ). Mides ideas basadas en juicios determinados por otras ideas.

Para empezar la percepción de ti mismo es volátil y relativa a tus estados emocionales, y muy a menudo tendrá más tendencia a considerar los aspectos a mejorar que los aspectos ya adquiridos.

Para continuar, lo que solemos elegir para compararnos es aquello de fuera que admiramos, deseamos y nos gustaría tener, por lo tanto algo que sentimos que aún no tenemos, con lo que se establece un criterio claramente desigual entre la comparación de ti mismo con lo que percibes de los demás. Aquello que anhelas suelen ser eventos, circunstancias, personas o cosas que a tu parecer lucen relucientes y magníficas, así que, por mucho que sepas que en «Toda casa se cuecen habas», como no conoces las habas ajenas, la mente puede jugarte la treta de hacerte ver aquello que te gustaría conquistar como un oasis y en cambio ser muy cabrona y sentenciadora contigo mismo uno mismo vendiéndote la idea de que lo que tienes es un vertedero.

Así que… ¿Cómo vas a establecer un juicio justo cuando mides en desigualdad? Cuando …¿ por un lado tienes en la balanza la consideración de los aspectos buenos y desagradables de ti mismo pero los contrastas con una realidad maquillada, rellena de apariencias, Botox o el brillo de los filtros de Instagram?

No puedes hacer un juicio justo hacia ti mismo.

No puedes hacer juicios justos sin el prisma del amor, y mucho me temo que el amor no hace juicios. EL AMOR ACEPTA.

Por lo tanto, involucrar el amor en la comparativa va a ser el mediador más saludable para crear justicia entre el contenido con el que te comparas y tú mismo. Un filtro de amor siempre compensará los juicios mentales reconduciéndolos con compasión hacia veredictos más benévolos, los invitará a ser menos agresivos y apaciguarlos mediante la comprensión. El circuito mental podrá seguir juzgándonos punitivamente de vez en cuando ( recuerda que te juzgas a ti mismo como te juzgaron en tu pasado ) pero si recibimos estas acusaciones comparativas sin vincularnos a ellas, no nos harán daño. Será entonces cuando establezcamos una relación saludable entre uno mismo y lo que ocurre en el exterior.

Si estás en el camino de la conquista de ti mismo, te invito a echarle un vistazo a los posts:

Carolina Muscatelo Rius

Deja un comentario

Descubre más desde Mirada de Sherpa

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo